34 de Umie, año 198

Anteayer por la tarde fuimos todos conducidos al exterior del pueblo, donde habían construido una enorme semiburbuja de estructura metálica recubierta con una extraña tela que, según me dijeron, era ideal para evitar que mi criatura escapase.

Cuando llegamos, los presentes se dispersaron alrededor de dicha construcción mientras que yo, ataviado con Ybuflow, era conducido hacia el interior, donde pude ver una pequeña puerta en uno de los laterales. “Por lo menos no es gigante”, pensé, y tras unas breves palabras de Yonhas abrieron la puertecilla, dando comienzo mi última prueba.

Al principio, debido a la poca luz que traspasaba aquella tela, no vi a mi adversario, pero mis ojos no tardaron en acostumbrarse al cambio de luz y pronto pude divisar a la criatura. Mejor dicho, a las criaturas, pues cientos de abejas completamente negras estaban saliendo a gran velocidad por la puerta, agrupándose en la parte alta de la burbuja. Me quedé helado.

Aëstin tuvo un monstruo grande y feo… Escarlata tuvo un bicho grande y feo… ¡Yo debería haber tenido una criatura grande y fea! ¿Dónde tienen la lógica estos piratas? Y en vez de eso, me encuentro con cientos de diminutos insectos a los que apenas veía. ¿Cómo se supone que se lucha contra las abejas?

― ¡Eglomer, ten cuidado! ¡Son abejas negras del este! ¡Si te pican tres veces morirás!-, me gritó Escarlata sacándome de mi aturdimiento inicial.

Lentamente me giré hacia mis amigos y sonreí intentando transmitirles un “no os preocupéis, estaré bien”, pero por las caras de preocupación que pusieron lo debieron interpretar como un “estoy muerto”.

De repente escuché un creciente zumbido, y al girarme vi a todo el oscuro enjambre acercándose rápidamente hacia mí apuntándome con sus largos y puntiagudos aguijones (seguramente me estuviesen culpando a mi de su cambio de residencia y querían venganza). Corrí todo lo que pude hacia un lateral, y entre saltos, volteretas y posiciones imposibles conseguí esquivar la primera oleada de ataques, pero apenas tuve tiempo para alegrarme; las malditas abejas volvían a la carga.

Así estuvimos un rato, ellas atacando y yo esquivando. De vez en cuando conseguía matar alguna abeja o herirla de gravedad, pero rápidamente era sustituida por otras dos idénticas que venían siguiéndola. Era desesperante, y además, el Sol se estaba poniendo muy rápidamente, por lo que mi visión cada vez era peor. Debía acabar el combate antes del anochecer o estaría perdido.

Por el momento sabía que las abejas se comportaban como un solo ente, moviéndose a la vez, tomando idénticas decisiones, anticipándose a mis movimientos… pero no podía ser que todas tuviesen el mismo cerebro, pensando lo mismo, y además, atacaban más violentamente cuando me acercaba a la puertecilla por la que habían salido. “con lo cual la única explicación es que…”, pensé girándome bruscamente hacia la puerta. Un pequeño brillo desde el interior de la misma me confirmó mis sospechas.

Si todas las abejas se comportaban igual era porque todas estaban siendo controladas por un ente de rango superior, es decir, por su reina, y como cualquier otra reina, manda a sus súbditos a encargarse de sus enemigos, protegiendo su integridad refugiándose en la colmena. Por tanto, si conseguía acabar con la reina crearía un vacío de poder, haciendo que las propias abejas luchasen entre ellas mismas, y yo sólo tendría que esperar a que quedasen unas pocas para rematarlas, acabando así la prueba felizmente.

― ¡¡¡¡¡AAAAHHHH!!!!!-, grité.

Absorto como estaba en mis pensamientos no vi que el enjambre se había dividido en dos, atacándome una de las mitades por detrás, y una de las abejas consiguió atravesarme el brazo izquierdo con su enorme aguijón.

Noté como el veneno inyectado se repartía rápidamente por la zona, dejando completamente inerte mi extremidad. La reina, al verse descubierta, decidió dividir a su ejército y crear dos grupos: uno de ataque y otro de defensa, que se situó en frente de la puertecilla a modo de muro de protección.

Esquivé el siguiente ataque con dificultad, pues ahora disponía de menos espacio en el cual moverme, y rápidamente corrí en dirección a la reina intentando salvar su defensa por uno de los laterales, pero fue inútil. Las abejas eran muy rápidas y yo muy lento, de modo que conseguían hacerme retroceder con facilidad, y además no podía dejar de vigilar al equipo de ataque, puesto que aprovechaban cualquier oportunidad para lanzarse a por mí por cualquier lado.

Lo intenté varias veces más, pero mi ataque era siempre repelido y contrarestado con otro ataque, y al final el Sol desapareció en el horizonte dejándome completamente ciego de cara a aquellas oscuras criaturas. Por suerte, guiándome por el sonido era capaz de esquivar, no sin dificultad, sus continuos ataques, aunque no resistiría mucho más aquel ritmo tan frenético. Si quería sobrevivir debía jugármelo todo, entonces fue cuando vi claro lo que debía hacer si quería ganar aquel combate.

Recordando mis continuas observaciones de aves descubrí cómo superar la barrera que me impedía llegar hasta la reina. Las criaturas voladoras por lo general prefieren los lugares altos, ya que ello les permite aprovechar su condición de seres alados para escapar de cualquier posible depredador terrestre, y precisamente esta condición que les ayuda en lugares altos se convierte en una gran desventaja cuando tienen que hacer cualquier cosa sobre la tierra, convirtiéndose en seres lentos y torpes. De este modo, las abejas no podían atacarme si no estaban volando, así que la única forma de pasar a través de esa barrera era justamente por debajo de ellas, por el suelo, cuando alzasen el vuelo para defender a su reina.

Una segunda abeja consiguió inyectar su veneno en mi pierna derecha en uno de los ataques. Apenas tenía unos segundos antes de que ésta se paralizase, así que agarré fuertemente a Ybuflow y corrí todo lo que pude en dirección a la reina. Escuchaba como me seguía el grupo de ataque, y pronto escuche al grupo de defensa en frente de mí, alzando el vuelo, preparándose para recibirme, pero este hecho carecía de importancia, pues mi mente estaba centrada en una sola cosa: acabar con la reina. En el último segundo me tiré al suelo, deslizándome por debajo del muro de abejas, y me levanté justo en frente de la puerta tras la que se ocultaba la reina. En ese momento sentí una sensación agradable y muy familiar: una suave brisa que me invadía, que me reconfortaba, que fluía en mi interior. ¡Era la misma sensación que sentí cuando luché contra Aëstin!

Cuando quise darme cuenta de mis actos, ya había descargado un poderoso estacazo sobre el pequeño habitáculo, partiendo a la reina en dos y agujereando parte de la estructura metálica de la burbuja. Después, fui alcanzado por el grupo de ataque, notando hasta tres picaduras más antes de caer desplomado al suelo.

Desperté esta mañana en mi habitación acompañado de Escarlata y Aëstin. Intenté incorporarme pero fue inútil, apenas tenía fuerzas ni ánimos, todo sea dicho.

― No deberías moverte. Has estado a punto de morir y tu cuerpo todavía está resentido por el tratamiento-, dijo la bruja mientras comprobaba mi estado.- Por suerte, en mi isla nos tuvimos que enfrentar a esas asquerosas abejas negras y sé cómo tratar sus picaduras, aunque confieso que nunca había visto a nadie recibir siete picaduras y ser capaz de sobrevivir.

¡Siete picaduras! ¡Qué barbaridad! Con razón he tardado tanto en ser capaz de moverme (de hecho, todavía me cuesta un poco), y lo peor de todo es que no he sido capaz de superar la prueba. Al final, pese a todos mis esfuerzos, caí derrotado por las abejas.

Según me han contado mis compañeros, tuvieron que esperar a que la población de estos insectos disminuyese (mi teoría sobre el vacío de poder y sus consecuencias fue correcta) antes de poder entrar a por mí. Después me trajeron a mi habitación, Escarlata echó a todo el mundo fuera y se puso manos a la obra. Se pasó toda la noche sin dormir intentando neutralizar el veneno y, aunque no consiguió deshacerse de todo, fue capaz de reducir su eficacia de modo que mi vida no corriese peligro. Además, estuvo cuidándome todo el día de ayer poniéndome paños de agua fría para mantener a raya mi fiebre. Le debo la vida de nuevo.

Mañana por la noche celebraremos el final de la prueba de las tres tibias, y mis compañeros serán tatuados con la marca pirata. ¡Jo! ¡Qué envidia! Y eso que el que quería ser pirata soy yo… pero pese a todo, en el fondo me alegro mucho por ellos. Esta experiencia les ha ayudado a confiar más en sí mismos y en sus posibilidades, y la gente ha reconocido su valía. Y respecto a mi persona, tendré que entrenar más cada día.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Aúpa con la secta de las abejas esas!
lo siento mucho Eglomer, sé que algún día lo conseguirás^^
una prueba.... MUY original :)
ÁNIMO!!!!

Nen dijo...

Ah Ah, pero si ha acabado con muchas muchas y ha sobrevivido!! yo quiero que lo conviertan en pirata, además... me caen mal las abejas, son molestas y zumbadoras, un abrazo enooorme

NEn

Nemârie dijo...

"Aëstin tuvo un monstruo grande y feo… Escarlata tuvo un bicho grande y feo… ¡Yo debería haber tenido una criatura grande y fea! ¿Dónde tienen la lógica estos piratas?"

xDDDDD es la mejor parte del capítulo! Casi compensa el hecho de que Eglomer no haya superado la prueba. Anda que... ya le vale ¬¬ Mira que dejarse vencer por las abejas... ains... -.-

Ah! y que lo sepas! Los piratas no tienen lógica :P