01 de Ilice, año 198

¡Uff! Han pasado muchísimas cosas estos días y estoy bastante cansado, así que esta anotación será lo más breve posible.

El día 47 partimos de la Isla Imposible y dos días después, un tiempo que se me hizo eterno, atracamos en el pueblo de Nombarlock. Como ya era bastante tarde, apenas nos dio tiempo a dar una pequeña vuelta por el lugar, pero por lo que vi Yonhas no era para nada desconocido ni temido en el lugar. Después fui conducido a una habitación de una pequeña casa de madera donde me sirvieron una suculenta cena. Tras eso, me tumbé en la cama y esperé pacientemente.

Zippo no tardó en llegar a mi cuarto, pero no tenía nada nuevo que contar, de modo que se limitó a comerse parte de mi cena que le había reservado y, cuando acabó, se dirigió hacia la ventana con intención de marcharse a buscar algún sitio donde refugiarse y pasar la noche, pero mientras se marchaba escuché algo que me hizo detenerle.

― ¿Has oído eso, Zippo?-, le pregunté.

Algo extrañado me dijo que no, y regresó hacia donde yo estaba, sin provocar ningún ruido sospechoso. Aún así, yo estaba convencido de haber escuchado algo como un tablón suelto o hueco, así que se lo expliqué a Zippo y nos pusimos a buscarlo.

Lo encontramos pronto y, con la ayuda de una cuchara, conseguimos levantarlo y descubrimos un pequeño cuaderno polvoriento con el lomo lleno de dibujos. Al abrirlo nos encontramos con el diario de una joven adolescente del pueblo. En él, esta joven describía la llegada de los piratas de Yonhas al pueblo vecino, que arrasaron por completo, como los habitantes de Nombarlock prepararon una resistencia para resistir la embestida corsaria, como sufrieron un largo y cruento asedio y, en las últimas páginas, cuenta como los piratas irrumpen en la ciudad de noche y van asesinando a cada persona que se cruzan, acercándose cada vez más a aquella casa. Antes de ser asesinada junto al resto de su familia, la joven consiguió esconder su diario bajo aquel tablón donde ha permanecido hasta nuestro descubrimiento. Estábamos, por tanto, en un pueblo pirata.

La vista se me nubló mientras una creciente ira se apoderaba de mi cuerpo. ¡Con razón aquellos pueblerinos parecían felices de ver a Yonhas! ¡Era su capitán! El mismo capitán que asedió y atacó aquellos pueblos hasta hacer desaparecer a sus gentes, y aquello era algo que no podía dejar pasar. Una fuerte punzada en la pierna derecha me devolvió a la realidad y me vi a mí mismo en el umbral de mi habitación, Ybuflow en mano, y a Zippo mordiéndome la pierna con todas sus fuerzas para detenerme.

Pese a mi resistencia, Zippo consiguió calmarme y me hizo pensar que Escarlata y Aëstin podrían correr grave peligro si atacaba a Yonhas por las buenas, así que respiré muy hondo y decidí posponer la venganza del pueblo y de sus gentes para otro momento, guardé el diario de la niña donde estaba y me acosté aún con la rabia en el cuerpo mientras Zippo salía sigilosamente de la habitación.

Al día siguiente bien prontito partimos Yonhas, Jius, un par de hombres más y yo en busca de aquel pequeño tesoro del que me habló el petirrojo en la Isla Imposible, y pese a que ellos se mostraban bastante animados y parlanchines, yo apenas abría la boca mientras intentaba controlar aquella ira irracional que surgía de mi interior.

Cuando por fin llegamos a la cima de una pequeña colina, en cuyo otra ladera había un profundo y escarpado barranco, los dos hombres que nos acompañaban se pusieron a cavar mientras el resto nos sentábamos tranquilamente a la sombra de un árbol a esperar. Durante la espera, Yonhas y Jius hicieron muchas bromas pero, llegado un determinado momento me asaltaron con algo que me dejó clavado en el sitio: querían que nos uniésemos a su tripulación.

Por suerte, antes de poder responder lo que en aquel momento se me pasaba por la cabeza, aparecieron los dos hombres de Yonhas portando un pequeño cofre sucio dejaron frente a su capitán. Este sacó una pequeña llave que llevaba colgada en el cuello, abrió con ella el cofre abriéndolo con cuidado y echó un ojo a su interior. De pronto, su cara se desfiguró en una mueca horrible mezcla de horror e incredulidad, y con las manos temblorosas sacó un pequeño papel del interior del cofre. Tras leerla, rojo de ira y sin mediar palabra alguna, desenvainó la espada que llevaba en la cintura y se la insertó en el pecho a uno de sus hombres, que pillado por sorpresa no pudo hacer nada más que ver incrédulo como su capitán le arrebataba su posesión más preciada: la vida.

Pese a lo horrible de la escena mis ojos no podían dejar de mirar a aquel pobre hombre atravesado por la espada. ¿Qué había hecho? ¡Si ni siquiera había abierto la boca! ¿Cómo podía un capitán tratar así a un subordinado, decidiendo si vivía o moría?

Mientras mi mente no paraba de buscar una explicación a aquella situación incomprensible, Yonhas había sacado su espada del cuerpo sin vida de su subordinado y, apoyando la punta de esta en el cuello del otro hombre, le dijo conteniendo su ira:

― ¡¿Acaso creéis que esto es un juego?! ¡Maldita sea! ¡O me dices ahora mismo qué habéis hecho con la gema o te juro que te atravieso tu maldito gaznate ahora mismo!

El hombre balbuceó algo casi incomprensible, pero daba a entender claramente que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando su capitán, pero este, descontento con la respuesta obtenida, alzó su espada dispuesto a acabar con él. En el último momento su espada se topó con la mía.

El intento de asesinato de Escarlata, el saqueo en la isla anterior, el contenido del diario de aquella joven, la muerte de aquel hombre… era más de lo que mi sentido de la justicia era capaz de aceptar. Había llegado el momento de detener a Yonhas, fuese por las buenas o por las malas.

Jius desenvainó su espada incrédulo por ver como había detenido y desafiado a su capitán, pero el petirrojo lo detuvo con un gesto.

― Tranquilo, Jius, no pasa nada-, le dijo, y dirigiéndose a mí añadió- Eglomer, hasta ahora he sido bueno e indulgente contigo. ¡Hasta te he ofrecido formar parte de mi tripulación! No permitas que una estupidez como esta estropee esta bonita relación.

― ¡¿Estupidez?! ¡Acabas de matar a un hombre a sangre fría y sin motivo alguno! ¡¿A eso le llamas tú una estupidez?!

― ¡Pues claro que sí! No hay que olvidar el hecho de que soy el capitán de la tripulación y mis hombres están a mi absoluta disposición, y si yo considero que uno de ellos debe morir, morirá sin que nadie tenga nada que decir al respecto.

― ¡Un capitán no existe para controlar de ese modo las vidas de sus camaradas! ¡Un capitán debe proteger siempre a los miembros de su tripulación, no acabar con ellos a su antojo como lo has hecho tú!

― ¡Bobadas!

― ¿Y qué me dices del saqueo del otro día? ¿Y de la gente que vivía en esta isla antes de que acabases con todos ellos? ¿Crees que soy imbécil y que no me he dado cuenta de que esto es una isla llena de gente de tu tripulación? ¡No eres más que un sucio asesino!

― Te aconsejo de moderes tu lenguaje, calamar, si no quieres acabar clavado como un pincho moruno-. Había conseguido enfadarle.

― Adelante. Inténtalo si quieres, pero ten por seguro que no dejaré que mates a nadie más. Tu reinado de terror termina aquí.

― ¡Jajaja! Y por supuesto serás tú quién me detenga, ¿no?

― Así es.

Yonhas alzó su espada con una mano y la descargó con fuerza sobre mí. Bloqueé su ataque con Ybuflow, pero la fuerza del petirrojo era tal, que mis piernas no pudieron soportar aquella embestida y se doblaron obligándome a hincar una rodilla en el suelo. Entonces, con una sonrisa de superioridad en sus labios me dijio:

― Me gustará ver cómo lo intentas.

Cogí aire, tensé mis músculos y conseguí deshacerme de la presión de su ataque. Rodé hacia un lateral y me lancé directo a por Yonhas con la espada en alto.

Notaba mi cuerpo más ligero que de costumbre, y también sentía una familiar brisa que me envolvía. Sin duda, se trataba de la energía emanada por Ybuflow fluyendo a través de mi cuerpo como consecuencia de la apertura de nuestra conexión, prestándome su fuerza. Pese a ello, Yonhas detuvo mi espada con facilidad, lanzándome un rápido contraataque que me cortó varios pelos de la cabeza. ¿Cómo podía tener tanta agilidad y fuerza alguien que se pasaba el día tumbado sin apenas moverse?

Lancé un ataque tras otro sin descanso, encadenándolos con mil movimientos distintos, lanzándolos desde todos los ángulos posibles, pero el resultado era siempre el mismo. Yonhas los repelía todos con una facilidad tan asombrosa que no hacía más que aumentar mi grado de frustración, de modo que decidí retirarme durante unos instantes para analizar la situación, escondiéndome detrás de una gran roca que había.

― ¡Vamos, Eglomer! ¡Déjate de tonterías! ¡Ya has comprobado que no tienes nada que hacer contra mí! ¡Y esta pelea hace ya tiempo que ha dejado de tener sentido! ¡La persona por la que estás luchando ya está muerta!

Casi sin respiración me asomé y vi como Jius descansaba tranquilamente sentado encima del cuerpo ya sin vida de su propio compañero. Por orden del petirrojo había acabado con su vida sin que me diese cuenta. Yonhas había matado a ese hombre a través de Jius cuando yo estaba luchando para evitar precisamente derramamientos de sangre como aquel. Era intolerable.

Lentamente salí de mi escondite y avancé hacia mi adversario. La suave brisa de viento fue en aumento a medida que me acercaba a Yonhas, que mostraba una amplia sonrisa de satisfacción, y me conducía hacia él. Ybuflow debía tener tanta sed de venganza como yo.

Me lancé una y otra vez hacia él, siempre con Ybuflow por delante, pero mi ataque siempre era desviado y mi espada acababa haciendo un pequeño agujero en el suelo, de manera que pronto la zona quedó llena de pequeños socavones y fue entonces cuando puse en marcha el plan que borraría aquella estúpida sonrisa de la cada del pirata.

Me coloqué de forma que el viento soplase a mis espaldas y fuese directamente hacia Yonhas, clavé a Ybuflow en el suelo y, un momento después, la arranqué fuertemente y empecé a dar vueltas sobre mí mismo haciendo que la punta de la espada fuese rozando el suelo continuamente. Esto hizo que la tierra suelta de los agujeros y la que la propia espada levantaba en aquel momento crease una gran nube de polvo que, arrastrada por el viento, llegó hasta Yonhas en unos segundos. Cuando esto ocurrió, me lancé de nuevo al ataque.

Yonhas, aún con la visión mermada, me vio aparecer y dar un gran salto para atacarle desde arriba, así que levantó su espada para bloquearme. Lo que no se esperaba era que le atacase con la vaina de la espada y no con el arma, de modo que cuando quiso rectificar ya era demasiado tarde pues yo ya había soltado la vaina y aterrizado en el suelo aferrando a Ybuflow con ambas manos. Le lancé un mandoble de abajo hacia arriba que no pudo esquivar y su pecho se vio de pronto surcado por el frío metal de Ybuflow, dejando ésta a su paso un reguero de sangre y muerte.

El capitán se desplomó boca arriba, luchando por mantenerse con vida, mientras la nube de polvo se iba disipando poco a poco.

― ¿Por qué? – le dije mientras me acercaba a él. - ¿Por qué dejaste atrás los ideales de Arthimor? ¿Acaso no eres un pirata? ¿Acaso no juraste navegar en pos de la verdad?

― N-No seas idiota… Arthimor no era m-más que… un soñador idealista… igual que tú… … … En este mu-mundo sólo existen los fuertes y los d-débiles… y los débiles deben obedecer a-a los fuertes y… servirles… … si no lo hacen, merecen la muerte.

― ¡Eso son tonterías! ¡Es justamente al revés! Los fuertes tienen el deber de proteger a los débiles, no de aprovecharse de ellos. Por culpa de idiotas como tú, la gente teme a los piratas y los toman por asesinos y delincuentes. Ese no es el ideal pirata de Arthimor, y el mío tampoco.

― Ja-ja-ja… Eres tan idealista y soñador como lo fue él… y pe-pensar que me has derrotado… por lo menos moriré contento sabiendo que me llevo conmigo algo imp-importante… para ti…

― ¿Qué quieres decir?

Desgraciadamente, la mirada del petirrojo ya había perdido toda su luz. En su rostro todavía quedaba aquella horrible sonrisa malévola que me puso los pelos de punta, aunque a medida que se fueron relajando los músculos de la cara ésta fue desapareciendo.

Mi mirada se cruzó con el cofre que había desencadenado todo aquello y, curioso, me acerqué a él para descubrir el por qué del enfado del capitán. En el interior del cofre sólo había un pequeño papel en el que se podía leer:

Ojo por ojo y diente por diente.
Verméride.


Y pensar que por algo así habían muerto dos personas…

Resignado, me guardé aquel papel en el bolsillo mientras pensaba quién podría ser Verméride, y fue entonces cuando advertí la ausencia de Jius, pero no le di demasiada importancia, pues tenía otras cosas más importantes que hacer.

Me acerqué al cuerpo sin vida de uno de los hombres de Yonhas, cogí su pala y cavé dos grandes hoyos en la tierra donde lo enterré a él y a su compañero. Después fui hasta el petirrojo, lo arrastré bien lejos de allí y lo enterré a él también. Por muy mala que sea una persona, todo el mundo merece un entierro.

Cuando acabé, me vi de pronto rodeado por todos los piratas del pueblo, con Jius a la cabeza de éstos.

― ¡Apresadle! – les gritó.

Sabía que no podía con todos y, además, mis fuerzas estaban ya muy mermadas, pero aún así desenvainé a Ybuflow a la espera de que se lanzasen a por mí, pero eso nunca sucedió. Ante la atónita mirada de Jius y mi asombro, uno a uno los hombres de Yonhas fueron arrodillándose ante mí. Al igual que en cualquier manada el macho que logra derrotar al macho alfa se convierte en el nuevo macho dominante, aquellos piratas me estaban aceptando como su nuevo capitán y, a su vez, declarándome su fidelidad.

Algo anonadado aún, mandé arrestar a Jius y volvimos al pueblo donde hice extender un comunicado urgente que debía ser llevado urgentemente a todo pirata perteneciente a la tripulación de Yonhas: por orden del capitán, todos los miembros de dicha tripulación debían poner rumbo INMEDIATAMENTE a la base de la Isla Imposible. Y así, acompañado de todos los piratas del pueblo, emprendimos rápidamente el viaje de vuelta a la isla, pues las últimas palabras de Yonhas me hacían sospechar que algo malo les pasaría a mis compañeros si no llegábamos a tiempo. Fueron los dos días más largos de mi vida.

Cuando ayer por fin llegamos a la Isla Imposible, mandé a todo el mundo a buscar a mis compañeros y traerlos a mi presencia sanos y salvos. Por supuesto, yo también participé en la búsqueda.

Por el pueblo, me encontré a Panconleche, que me puso al corriente de todo lo sucedido. Al parecer, tenían órdenes de acabar con la vida de Escarlata en mi ausencia fuese como fuese, ocultando el hecho de que eran órdenes del petirrojo y haciendo pasar el hecho como iniciativa del asesino. Afortunadamente, Aëstin no se separó ni un momento de la bruja, por lo que cuando llegó el momento pudo evitar fácilmente el asesinato. El problema fue que, tras aquel fracaso, los intentos de asesinato fueron sucediéndose cada vez con más frecuencia y virulencia hasta tal punto que Escarlata y Aëstin tuvieron que luchar contra toda la aldea hasta conseguir escapar de ella. Desde entonces los habían estado buscando sin éxito.

No lo dudé un momento. Si conocía al semidragón como creía conocerlo, éste habría llevado a Escarlata al lugar más seguro de toda la isla, aquel donde los piratas de Yonhas jamás se atreverían a mirar aunque aquello desatase la furia de su capitán: la cueva de Glowbown, la criatura contra la que se enfrentó en la tercera prueba. Dirigí rápidamente mis pasos hacia allí y, como era de esperar, cuando la criatura detectó mi presencia, salió hecha una furia a proteger su madriguera, pero la ignoré por completo.

― ¡Aëstin! ¡Escarlata! ¡Soy Eglomer! ¡Ya podéis salir! ¡No hay peligro! ¡Yonhas ha muerto! - grité.

Después de largos segundos de total silencio (hasta la bestia se había quedado callada), el semidragón y la bruja aparecieron por el hueco de la cueva, se despidieron de la criatura y, cuando llegaron a mi altura, emprendimos el camino de vuelta a la aldea mientras nos poníamos al corriente mutuamente de todo lo sucedido.

Esa misma tarde tuvimos una larga y tendida charla sobre las consecuencias que tendría la muerte de Yonhas. Al haber un vacío de poder, muchos intentarían lograr el puesto del capitán por todos los medios posibles, por lo que lo prioritario ahora era reafirmar mi posición como nuevo capitán de la tripulación y así descartar cualquier revuelta o motín. También estuvimos hablando sobre qué hacer con Jius y con el resto de piratas que, como él, no aceptaban la ideología de Arthimor, pero sobre este punto no quedó nada demasiado claro. Lo que si llegamos a aclarar fue que dejaríamos diez días para que llegasen todos los miembros de la tripulación de Yonhas y, entonces, reivindicaría mi poder como nuevo capitán y se decidiría el futuro de la tripulación. Hasta entonces, interrogaríamos a Jius e intentaríamos sacarle el máximo de información posible.

Hoy ha sido el primer día que han empezado a llegar barcos cargados de piratas de la tripulación, y aunque el ambiente está un poco tenso, no han causado ningún problema. Espero que esta paz se mantenga durante los próximos nueve días.

Novedades

Sí, he vuelto, aunque no sea con nuestra querida y abandonada historia principal :P

En esta ocasión os traigo un relato corto que presenté a concurso y que quedó finalista :-) Originalmente está en valenciano, pero lo he traducido para todos aquellos que no tengáis ni papa de dicho idioma. Lo podéis leer directamente desde aquí desde el blog o descargarlo en cualquiera de los dos idiomas. ¡Espero que os guste! ¡Ah! Y en este mismo concurso Nemarie ganó un accésit (¡enhorabuena!), así que con el dinero que le den ha dicho que nos invita a cenar :P

También he aprovechado para quitar un par de webs obsoletas de la lista, añadir unas cuantas nuevas y retocar el pdf de "El misterio del Tesoro Submarino", que con ese interlineado simple la lectura era muy engorrosa.

Y por el momento eso es todo. A ver si algún día tengo tiempo y ganas y acabod e una vez aunque sea la saga de Yonhas, que le queda muy poco.

¡Saludos piratas!

PD: ¡Lo olvidaba! En los pdf de la "leyenda de los dioses del cielo" podéis encontrar un final alternativo, que fue el que se me ocurrió en un primer momento pero que luego descarté, no me acuerdo ya por qué.

La Leyenda de los Dioses del Cielo (2008)

― ¡Abuelito! ¡Abuelito! ¡Cuéntame otra vez el cuento que tanto me gusta, por favor! – pedía a gritos Laia desde las rodillas de su abuelo.

― ¿Cuál? ¿El que habla del mar y las sirenas?

― ¡No! ¡Ese no! ¡El que habla de la creación del cielo!

― ¡Jajaja! ¡Ya lo sé, ya! ¡Venga va, vamos a la terraza y prepárate!


Laia, obediente, subió corriendo y entusiasmada las escaleras de la casa de su abuelo, una casa rústica situada en las afueras de un pequeño pueblo perdido en las montañas. Era de noche, el cielo estaba lleno de estrellas, una luna casi nuevo las acompañaba tímidamente, como si quisiera huir de todas aquellas miradas, y la suave brisa de verano envolvía a la niña de tan solo cinco años mientras preparaba los cojines de una cómoda y confortable hamaca. Cuando llegó su abuelo, los dos se tumbaron y se detuvieron un instante a contemplar maravillados aquel espléndido paisaje que la naturaleza les ofrecía.


― Venga, empecemos. Todo lo que voy a explicarte ocurrió hace muchos, muchos años, cuando todavía neo existía el cielo y en la Tierra sólo vivían los dioses. Como bien sabes, eran doce: Aries, Sagitario y Leo, que controlaban el fuego, eran los encargados de crear animales terrestres y aéreos con su fuerza, modelando los diferentes materiales del planeta; Tauro y Capricornio, con su facilidad para controlar la tierra, eran los creadores de montañas y acantilados por una parte, y árboles y flores por otra; Géminis, Libra y Acuario se encargaban de dar vida proveyendo de aire a los animales y las plantas que los dioses del fuego y de la tierra creaban; y, por último, Piscis, Cáncer y Escorpio, los dioses del agua, se encargaban de abastecer a la Tierra de este elemento dibujando ríos y mares, y también creaban y daban vida a los animales acuáticos.

Todos vivían en armonía. Se habían conocido al principio de todo, cuando se creó el universo, y se hicieron amigos de inmediato. De este modo, no tardaron mucho en idear la creación de un lugar donde vivir todos juntos, un lugar donde poder utilizar sus poderes para crear todo lo que quisieran, y, poco a poco, fueron creando nuestro planeta combinando sus grandiosos poderes. Por ejemplo, para crear las nubes tuvieron que trabajan juntos los dioses de agua y de aire, o, para crear volcanes, los de tierra con los de fuego.

― Pero eso no duró para siempre, ¿verdad abuelito?

― No, no duró siempre. Un día, Aries, que era muy aventurero, salió a dar un paseo por el mundo, atravesando ríos y lagos, escalando montañas y buceando por el inmenso fondo marino, y mira por donde, cuando ya regresaba a casa se encontró con un dios desconocido, Virgo.

Virgo era una joven y hermosa diosa que llegó a la Tierra atraída por la gran belleza de los animales, plantas y parajes de los dioses que allí vivían, de modo que cuando Aries la encontró, ésta iba emocionada de un lado a otro admirando todas y cada una de las creaciones de los dioses.

Aries sintió como su corazón se aceleraba sin saber por qué (a fin de cuentas, nunca había visto a una mujer, ya que todos los dioses que conocía eran hombres), así que decidió acercarse un poco más a ella bajo la forma de una cabra montesa.

La diosa se asustó un poco al principio, ya que enseguida se dio cuenta de que aquella no era una cabra normal y corriente, pero al final aceptó la compañía de Aries y éste, loco de alegría y de felicidad que nunca había conocido, decidió mostrarle a Virgo el proceso de creación de aquellos animales que tanto le habían gustado, así que la subió a su lomo y la llevó con Sagitario y Leo, sus compañeros.

Al igual que le pasó a Aries, Sagitario y Leo sintieron como su corazón se aceleraba de repente y una gran alegría y emoción los embargó por completo, ¡y era porque todos se habían enamorado de Virgo!

Los dioses del fuego se pusieron a trabajar bajo la atenta y atónita mirada de la diosa, que vio como los materiales más sencillos del mundo como la tierra o el agua era modelados y trabajados, convirtiéndose en animales que más tarde tendrían vida propia. Y así fue pasando el tiempo y los dioses del fuego decidieron descansar, ya que la creación de aquellas espléndidas criaturas los había dejado completamente agotados.

Virgo, cuando sus nuevos amigos se durmieron, no pudo resistir la tentación y decidió que ella también crearía un nuevo animal. “Yo también quiero colaborar en la creación del planeta”, pensó. Cogió un poquito de esto, otro poquito de aquello, lo mezcló y amasó con todo el amor del mundo y le dio forma. Justo cuando lo estaba acabando, Leo apareció y, al ver a la diosa utilizando sus herramientas sin permiso, se enfadó muchísimo, tanto que se convirtió en un feroz león y se lanzó bruscamente contra la asustada Virgo, quién huyó de allí presa del pánico.

La diosa corrió mucho, sin parar, sin mirar atrás, hasta que llegó a la falda de la montaña más alta que jamás había visto. “Allí arriba no podrán encontrarme”, pensó, y acto seguido empezó a escalarla, y cuando por fin llegó a la cima, encontró una caverna y decidió entrar a dormir un poco.

Cuando despertó, se vio envuelta con sábanas de seda en una confortable cama. Un poco desorientada se levantó y salió de la habitación hacia un oscuro pasillo. Al fondo del todo se veía una luz, así que Virgo fue para ver qué era aquella luz, y fue entonces cuando conoció a los dioses de la tierra, Tauro y Capricornio, que estaban trabajando en aquel momento. El primero forjaba grandes montañas con su poderoso martillo mientras que el segundo creaba delicadamente todo tipo de árboles y plantas de mil formas y colores diferentes.

Al ver a Virgo, los dos dioses se presentaros y le mostraron su trabajo, ya que la diosa demostró tener mucho interés. Tanto preguntó y se interesó que los dioses le preguntaron si le gustaría trabajar con ellos. Con lágrimas de alegría, Virgo se puso manos a la obra, poniendo todo su espíritu en lo que hacía, y creó una azucena blanca como la nieve.

Entusiasmada y radiante de alegría fue corriendo a enseñársela a sus compañeros, pero a éstos, que eran muy conservadores en cuanto a las formas y los colores, no les gustó nada. “Muy frágil”, dijo uno; “Muy rara”, dijo el tro; y la pobre Virgo, al volver a sentirse rechazada, salió llorando de allí.

Pese a todo, los dioses de la tierra corrieron detrás de ella hasta alcanzarla, y le recomendaron que fuese con los dioses del agua, ya que estos entenderían mucho mejor su arte innovador, y mientras la diosa se alejaba, lágrimas de tristeza rodaban por los ojos de aquellos dos dioses de la tierra que habían descubierto el amor.

El viaje hasta llegar a la morada de los dioses del agua no fue muy difícil. Virgo se dejó llevar por las aguas de un tranquilo río que encontró hasta que éstas la llevaron hasta el mar, y allí preguntó a un banco de peces, que la guiaron en seguida hasta la puerta de una gran mansión submarina hecha con corales y conchas.

Temblorosa, golpeó la puerta, y está se abrió sola. “¡Pasa, pasa! ¡Te estábamos esperando!”, gritó una voz desde el interior, y la diosa se dejó guiar por ésta hasta llegar a una gran sala donde Piscis, Cáncer y Escorpio trabajaban.

Los dioses de la tierra los habían avisado de su llegada y les habían rogado que le permitiesen trabajar con ellos, así que ya le habían preparado una mesa donde trabajar con todo el material necesario. Virgo se lo agradeció de todo corazón y se uso a trabajar de inmediato.

Tardó tres días y tres noches, ya que quería que su creación fuese perfecta para que fuese del agrado de los dioses del agua, hasta que finalmente la acabó. Se trataba de un maravilloso mamífero marino de color discreto, capaz de nadar a una gran velocidad, dotado de una gran inteligencia y un hocico alargado.

― ¿Un delfín?

― Bueno, se podría decir que sí.

― ¿Y a los dioses del agua les gustó?

― ¡Ya lo creo! ¡Les encantó! Estaban completamente maravillados con aquel espléndido animal que Virgo había concebido, y ésta fue, por primera vez, feliz, muy feliz.

El tiempo fue pasando y los cuatro dioses trabajaban sin descanso, creando nuevas especias y parando únicamente para descansar. Al principio parecía que todo iba sobre ruedas, pero los dioses del agua en realidad tenían mucha envidia de la diosa, ya que desde que ella llegó, sus criaturas parecían muy feas en comparación con las de Virgo, y el que más rabia tenía de todos era Escorpio, que era el que peor parado salía.

Una noche, mientras todo el mundo descansa, Escorpio se transformó en un pequeño y venenoso escorpión, se acercó sigilosamente a Virgo y la picó mientras dormía. De la picadura, ésta se despertó y, al darse cuenta de lo que había pasado huyó.

Al salir de aquella mansión, el veneno empezó a hacer efecto y la diosa dejó de poder moverse quedando a merced de las grandes corrientes marinas que arrastraban su cuerpo inerte a voluntad mientras su vida se iba extinguiendo poco a poco.

Por suerte, Géminis, un dios del viento que viajaba en una nube, vio el cuerpo de la diosa y lo recogió, y al ver la marca de la picadura del escorpión lo entendió todo. Rápidamente utilizó sus poderes curativos para retener el veneno y evitar que se extendiese más por su cuerpo, y la llevó a su casa donde, con la ayuda de su compañero Acuario, consiguió salvar la vida de la joven.

Virgo, al despertar y recordar lo que había pasado, no se lo pensó dos veces y huyó de todo y de todos. Se arrepentía de haber llegado a la Tierra, de haber pensado que ella también podría colaborar en la creación de la vida de ésta, de haber conocido a todos los dioses que allí vivían y, sobretodo, de haberse enamorado de todos y cada uno de ellos, así que abandonó el planeta refugiándose en algún rincón del universo.

La diosa no supo cuánto tiempo pasó; sólo sabía que, por mucho que pasase, no conseguiría olvidar la Tierra y sus dioses, y cada vez que lo pensaba la invadía una gran tristeza que no la dejaba vivir en paz.

Uno de estos días se armó de valor y decidió regresar, pero lo que vio al llegar no fue lo que ella esperaba. En vez de grandes ríos y mares, de frondosos bosques verdes llenos de animales, se encontró con desiertos, huracanes, incendios y muerte por todas partes. Lágrimas tan brillantes como el Sol rodaron por la cara de Virgo y cayeron en el planeta, y por alguna extraña razón los incendios se sofocaron, los huracanes se calmaron, pero por desgracia ya era demasiado tarde; todos los seres vivos del planeta habían muerto.

Libra, el dios juez de la Tierra, se apareció al lado de Virgo y le explicó lo sucedido. Los dioses habían pasado muchos y muchos eones conviviendo solos, haciendo las cosas de una determinada manera, estableciendo una serie de normas y criterios que Virgo, con su repentina aparición y su gran imaginación y capacidad de creación, desbarató por completo. De este modo, los dioses reaccionaron a esta situación excluyéndola e, incluso, intentando matarla, por miedo a la novedad, al cambio y, sobretodo, por miedo al nuevo sentimiento que había despertado en ellos: el amor. Al principio todos se alegraron de su marcha, pero al poco tiempo comenzaron a echarla de menos muchísimo, así que descuidaron su trabajo y sus obligaciones y salieron a buscarla… sin éxito.

Al volver, empezaron a discutir entre ellos, echándose la culpa unos a otros, y el caos se apoderó de la Tierra. Los elementos, igual que los dioses, se descontrolaron y acabaron con todo lo que había, y si no lo detenían pronto el planeta entero desaparecería, y todos los dioses con él. Por suerte, Libra ya había pensado en un plan, ¿y sabes qué hizo?

― ¿¡Qué!? ¿¡Qué!?

― Libra mató a Virgo con sus poderes, cogió su cuerpo y apareció en medio de todos los dioses con la diosa en brazos, reprochándoles que su furia la había matado.

― ¡Pero eso es horrible, abuelito!

― Lo se, pero gracias a eso los elementos se calmaron, aunque la tristeza se apoderó del planeta y de los dioses, que lloraron y lloraron. Virgo se sacrificó para salvar aquello que tanto amaba, y los dioses, para poder contemplar a la que había sido el amor de todos, combinaron sus grandes poderes y crearon el cielo, donde dejaron reposar el cuerpo inerte y brillante de la diosa. Después, muchos dioses quisieron subir al cielo con ella para estar siempre a su lado, pero Libra no se lo permitió. Como juez, los condenó a vivir en la Tierra, a repararla y a cuidarla para siempre bajo la atenta mirada de Virgo, y éstos no tuvieron alternativa alguna más que obedecer.

Los dioses volvieron al trabajo. Después de limpiar todo el planeta lo restauraron con todo su grandioso repertorio de animales, plantas, montañas, ríos y mares, pero aún así el planeta no lucía el brillo de antaño.

Capricornio, haciendo limpieza en el taller donde creaba sus plantas y árboles, encontró la azucena que Virgo había creado mucho tiempo atrás y decidió que a partir de aquel momento intentaría crear especies nuevas basándose en aquella bella y pura flor. Y lo mismo los pasó a los dioses del agua con la cantidad de animales y plantas que la diosa ideó e imaginó.

Poco después, el planeta brillaba con luz propia y un cierto aire de juventud, y todo gracias a las creaciones de Virgo y, sobretodo, al amor que todos habían depositado en aquellas magníficas creaciones. Pero pese a todo, aunque aquellas espléndidas creaciones eran obra de la diosa, no eran ella, y los dioses sólo querían que se hiciese de noche con tal de poder verla de nuevo y mostrarle todo lo que habían construido gracias a ella.

Por otro lado, los dioses del fuego hacía mucho tiempo que no salían de su cueva, y no atendían a la llamada de ninguno de los otros dioses. Todos lo atribuían a la tristeza y pensaban que sólo necesitaban un poco de tiempo, pero en realidad los dioses estaban plenamente volcados en un gran proyecto: la finalización del animal que Virgo dejó incompleta en su casa.

Sin duda, la diosa había hecho una espléndida faena, pero por desgracia no la había acabado, y los dioses pensaron y discutieron muchísimo sobre cómo completar aquella creación dándole el carácter y la belleza que Virgo era capaz de dar, y finalmente lo consiguieron. Cuando todos los dioses se enteraron, quisieron asistir al ritual mediante el cual los dioses del aire daban vida a las criaturas.

Con todos reunidos, incluso Libra, Géminis y Acuario empezaron el ritual. Éste consistía en un baile y un cántico mediante los cuales los dioses canalizaban la energía infinita del universa hacia el cuerpo rígido y frío de las criaturas inertes, y , poco a poco, esta energía los llenaba hasta desbordar aquel cuerpo de vida, pero, a diferencia del resto de seres del planeta, esta vez fue un ritual muy especial, ya que quisieron colaborar todos los dioses. De este modo, dieron vida a la raza más perfecta de todas cuantas habían creado, la raza humana, y cuando acabaron, Libra les dio una noticia que les hizo saltar el corazón a todos: Virgo no estaba muerta.

Les contó que en realidad la diosa sólo dormía por culpa de un conjuro provocado por él mismo. ¡Todo había sido una estrategia para restaurar la paz del planeta! Y no sólo eso. Los humanos heredaron la Tierra, convirtiéndose en los nuevos protectores y guardianes de las criaturas que allí habitaban, de manera que los dioses pudieron dejar atrás sus ocupaciones para siempre y pudieron instalarse definitivamente en el cielo con Virgo, a quién encontraron tal y como la habían dejado.

Todos se acercaron a ella, y Libra la libró del conjuro de sueño, y cuando abrió los ojos y los vio a todos allí, los doce se fundieron en un eterno abrazo y fueron felices. Y como puedes ver, aún hoy en día están allí arriba, todos juntos, viviendo tranquilamente sin ninguna preocupación más que disfrutar de su mutua compañía.

Laia y su abuelo observaron maravillados y en silencio las numerosas constelaciones que brillaban en el cielo. Por la cabeza de la niña todavía bailaban las imágenes que su mente había creado mientras su abuelo le contaba la leyenda cuando le vino a la cabeza una importante cuestión.

― Abuelito, ¿y de verdad dejaron a los humanos a cargo del planeta?

― Sí, eso dice la leyenda.

― Vaya... pues espero que a ningún dios le de por mirar a ver como van las cosas por aquí…

― ¡Jajaja! ¡Caramba que nieta más lista tengo! ¿Sabes? Hay quien dice que a veces los dioses bajan a la Tierra y se reencarnan en personas, y que estas personas están destinadas a realizar grandes proezas utilizando los poderes innatos que heredan de su naturaleza divina, pero eso ya te lo explicaré mejor mañana, que hoy ya se nos ha hecho muy tarde. ¡Venga va! ¡A la cama!


Ambos, abuelo y nieta, bajaron las escaleras de la casa hasta llegar a su habitación, se acostaron uno al lado del otro y apagaron las luces. Laia se durmió en seguida, pero su abuelo se quedó un buen rato despierto imaginando cómo sería la vida de su nieta, imaginando que la leyenda era cierta, que Laia en realidad era la reencarnación de la diosa Virgo y que le esperaba un rico y maravilloso futuro. Y con estos pensamientos, el abuelo cayó en el sopor de la noche mientras en el cielo las estrellas brillaban, como cada noche, con su intermitente y misteriosa luz.

¡Regalos sin ser Navidad!

¡¡Hola a todos y todas!!

Como véis, esto vuelve a estar un tanto abandonadillo. Los motivos: el final de la carrera, la falta de tiempo habitual y que estoy escribiendo una novela juvenil para presentarla a un concurso (¡deseadme suerte!). Tengo ya casi preparado la siguiente entrada del diario de nuestro querido pirata, que supondrá el final de la tercera saga. Con un poco de suerte antes de Julio podré terminarlo y colgarlo (sí, se que aún queda mucho -.-U), pero mientras os traigo un par de regalitos que espero que os gusten.

El primero son dos wallpapers que tenía desde hace tiempo pero que, no se por qué, no os había colgado. Representan las dagas de Aëstin ^^. Los podéis encontrar en la sección de descargas del blog (sí, ahí -->)

 

El segundo, un pequeño "juego" de Zippo para la Nintendo DS o para su correspondiente emulador. Para saber de qué va y descargarlo y eso, entrad en la recién inaugurada sección de juegos (sí, ahí también :P -->)



Espero que con esto se haga más llevadera la espera.

¡Saludos, mariner@s de agua dulce!

44 de Umie, año 198

Por fin hemos regresado de un viaje que, más que unir lazos entre capitanes, ha creado muros insalvables, aunque eso Yonhas no lo sabe, por supuesto.

Partimos el otro día de buena mañana y tardamos poco más de día y medio en llegar a nuestro destino, una pequeña isla cercana donde, tal y como me dijo el capitán, nos esperaba nuestro cargamento de provisiones. Durante la travesía me fue contando algunas historias del mar, jugamos alguna partida a las Black Cards y, sobretodo, hicimos el vago.

Cuando llegamos, el petirrojo insistió mucho en que nos quedásemos en el barco, que dejásemos todo el trabajo a sus hombres y nos quedásemos tranquilos en el navío mientras me relataba nosequé, pero la verdad es que tenía curiosidad por conocer el pueblo. Al final, por desgracia, no desembarcamos y tuve que aguantar su cháchara.

Poco después escuchamos volver a sus hombres, y aproveché la ocasión para intentar respirar aire fresco con la excusa de saludar a los muchachos, de modo que me levanté y abrí la puerta, que fue cerrada inmediatamente por Yonhas, instándome insistentemente a jugar una partida de Black Cards. Tal era mi conmoción por lo que acababa de ver que me dejé conducir dócilmente hasta el sillón para empezar a jugar, pero por mucho que el petirrojo intentase distraerme, mi mente estuvo pensando todo el tiempo en los ensangrentados piratas que regresaron al barco cargados de provisiones. Sus armas, sus ropajes, sus rostros… todo estaba manchado y salpicado del flujo vital de sus contrincantes, los pobres pueblerinos que lucharon defendiendo sus pertenencias.

Yonhas descubrió mis pensamientos, y así me lo hizo saber. Rápidamente me dijo que no me preocupase, que sus hombres nunca harían algo así, y salió de la habitación en busca de alguien que le explicase qué había pasado. Al poco apareció con un pirata herido y éste me explicó que una gran bestia les atacó mientras recogían la mercancía, y que a causa de la lucha muchos hombres habían sido heridos, pero que al final habían acabado con ella sin desperdiciar ni una sola caja de provisiones.

¡Mentiras! ¡Todo mentiras! La forma de comportarse de Yonhas, advirtiendo mis preocupaciones sin haber visto siquiera a los miembros de su tripulación, indican que él ya esperaba que volviesen todos manchados de sangre. Además, aquel pirata parecía estar bastante nervioso y no paraba de mirar a su capitán como requiriéndole algún gesto o mueca que le indicase que lo estaba haciendo bien. Yonhas no es más que un maldito embustero y asesino que mancha y deshonra el nombre de los piratas, porque ¿acaso ser un pirata significa que debo convertirme en un asesino? ¡No! Los piratas siguen los pasos de Arthimor Génesis, el cual luchó siempre por defender la justicia, y el petirrojo en algún momento debió desviarse del camino correcto. Pero… ¡no puedo hacer nada! ¿Qué podría hacer yo, incluso contando con la ayuda de mis amigos, contra cientos de piratas?

Mis compañeros opinan lo mismo que yo, que fue un saqueo cruel y despiadado en toda regla, pero ellos no parecían extrañados para nada. ¿Es que todo el mundo relaciona piratería con maldad? Es tan frustrante… desde pequeño he soñado con ser un valeroso pirata al servicio de la verdad como lo fue Arthimor, y ahora me encuentro con que me he unido a una panda de desalmados capaces de hacer cualquier cosa por llevar una cómoda y placentera vida de holgazanería a costa del sufrimiento y el esfuerzo de otras personas. Es algo que jamás aceptaré… y lo peor de todo es que Yonhas me ha vuelto a invitar a otra salida en el próximo desagüe. Esta vez vamos en busca de un “pequeño tesoro” que dice tener guardado en una isla cercana. Además me ha prometido que desembarcaremos, por lo que le he pedido permiso para llevar a Ybuflow conmigo, no sea cosa que aparezca un monstruo como la última vez. Ha aceptado. Espero no tener que contemplar una masacre.

37 de Umie, año 198

Anoche fue una noche inolvidable. Después de cenar todos en la taberna nos colocaron, a mis compañeros y a mí, en el entarimado, y empezó la ceremonia de embestidura corsaria, ya que hasta que no tuviésemos la bandera y el nombre del barco no podía celebrarse.

― ¡Queridos compañeros! Hoy es un gran día para todos, pues tres nuevos piratas han nacido. Duras han sido sus pruebas, y a punto de morir han estado más de una vez, pero lo cierto es que estas valerosas personas jamás se han echado atrás, jamás se han rendido, y es por eso que hoy, en este mismo momento y lugar, convertiremos a Escarlata la muerte marina, a Aëstin el fugaz y a ojos verdes Eglomer en verdaderos piratas.

La sala entera estalló en aplausos ensordecedores.

― Ahora es momento de repetir juntos el juramento que Arthimor Génesis, el primer pirata, nos legó.

Y todos empezamos a recitar en voz alta el juramento pirata que Cid me enseñó hace ya mucho tiempo, y que mis amigos tuvieron que aprender en apenas un par de horas.

Hoy parto de tierra firme para del mar hacer mi hogar.
Aventuras y peligros me esperan por igual,
Y muchos compañeros a los que apreciar.
Mis armas alzaré contra la injusticia,
Mis fuerzas, a disposición del bien estarán,
Y orgulloso alzaré mi bandera, orgulloso exibiré las tres tibias,
Con dignidad y valentía, con honradez y seguridad.
El camino no será fácil, pero rendirme ¡nunca jamás!
Hoy, como pirata, entrego mi vida a la verdad.

Mientras todos recitábamos, a mi memoria vino la historia de Arthimor, la cual aprendí también de mi viejo amigo Cid, y por la que siempre he querido ser pirata.

Según me contó, Arthimor era un joven pescador de los mares del este a quien todo el mundo tildaba de soñador cabeza hueca, ya que siempre hablaba de aventuras, tesoros y monstruos marinos. Sin embargo, el siempre hizo caso omiso a este tipo de comentarios alimentando su pasión por el mar, y cuando tuvo edad suficiente para valerse por sí mismo, se lanzó al mar en busca de sus sueños.

Pasó el tiempo, y poco a poco Arthimor fue haciendo amistad con mucha gente. Allá donde iba hacía amigos y, además, reclutaba a nuevos miembros para su tripulación, siempre y cuando pasasen las tres pruebas (recuerdo que le pregunté a Cid sobre las pruebas, pero nunca supo decirme en qué consistían). Debido a sus continuos viajes, pronto sus hombres se hicieron tan numerosos que tuvieron que comprar nuevos navíos, ya que no cabían todos en uno solo (según la leyenda, su flota llegó a contar con más de quinientos navíos a sus órdenes).

Cuando consiguió realizar su sueño de visitar y explorar todos los mares habidos y por haber, la tripulación de Arthimor estaba repartida por todos ellos velando por la seguridad de las gentes de tierra firme, pues nunca iban todos juntos a no ser que fuese estrictamente necesario. Con tantos barcos, tuvieron que idear un modo de distinguir entre los navíos de su propia tripulación de los demás navíos, fuesen enemigos o no, y tras mucho pensar crearon la primera bandera pirata que ondearía en todos los mástiles de su tripulación: una bandera que consistía en un cráneo humano con dos tibias cruzadas detrás, todo ello sobre un fondo negro. Las razones por las que optaron por dicha bandera las desconozco por completo.

Tras su muerte, su tripulación acabó disgregándose, y se tomó por costumbre dotar a la bandera de Arthimor con rasgos propios para, de algún modo, diferenciarse de él y de su tripulación y, a la vez, para rendir homenaje a quien fue el mayor pirata de todos los tiempos.

Una vez acabamos de recitar el juramento, los piratas de Yonhas nos obsequiaron con un regalo: nuestra bandera pirata perfectamente bordada y lista para ser colocada en el mástil de DreamWings.

― Bien, y ahora ha llegado el momento de jurar fidelidad al capitán del navío. Eglomer, da un paso al frente.

Me adelanté a mis compañeros y éstos me colocaron la bandera por los hombros. Después se colocaron en frente mío y, primero uno y luego el otro, juraron seguirme allá donde fuese, acatar todas mis órdenes y morir por mi causa si fuese necesario. Para mí fue simplemente un acto simbólico, pues ellos son mis amigos y compañeros antes que mis subordinados (además de que no veo a Escarlata acatando mis órdenes sin quejarse mil y una veces antes), pero Yonhas siguió muy atentamente el acto, especialmente cuando le tocó a Escarlata. Después de eso se reanudó la fiesta y todos seguimos disfrutando de una magnífica y maravillosa velada.

Ya por la mañana recibí una nueva sorpresa, una carta de citación del petirrojo, así que me vestí, me aseé y fui a su casa donde me invitó a acompañarles en su próxima salida de la isla en busca de provisiones con el pretexto de estrechar lazos entre capitanes. Tras hablar con mis compañeros decidimos que lo más conveniente es contentar al capitán, aunque no nos guste nada la idea de separarnos. Eso sí, Aëstin no deberá separarse de Escarlata ni un solo segundo. Partiremos en el próximo desagüe, dentro de tres días, y no tardaremos más que dos o tres días en regresar.

He decidido confiarle el diario a Aëstin porque no me puedo arriesgar a que caiga por error en manos de cualquier pirata de la tripulación del petirrojo, y porque que no creo que Escarlata resistiese la tentación de leerlo y no quiero morir aún, de modo que esta será posiblemente mi última anotación hasta mi regreso, ya que voy a estar bastante ocupado preparándolo todo para el viaje.

36 de Umie, año 198

¡¡Ya tenemos bandera!! Cierta bruja no está muy de acuerdo con mis dotes artísticas, pero la bandera está acabada.

Nos hemos reunido hoy en mi habitación (Zippo incluido) y, tras mucho debatir hemos llegado a la conclusión de que, al ser yo el capitán, debíamos dotar a la calavera con algunos rasgos míos. A mí me da un poco de vergüenza, e incluso he insistido en hacer una bandera que nos represente a todos, pero no he podido convencerles. El resultado ha sido el siguiente:


El dibujo está en color gracias a Aëstin, que ha conseguido unas piedras blandas muy raras capaces de pintar en color sobre el papel.

Como se puede observar, a la calavera le hemos puesto los ojos verdes y mi perilla, aunque Escarlata se empeñe en decir que “parecen los morros de un negro”. También le hemos añadido las aspas azules inspirándonos en las aspas de idéntica forma que tiene Ybuflow en su empuñadura.

Después hemos pasado al asunto del nombre del navío, y la cosa ha ido así:

― Bueno, ¿y qué nombre le ponemos al barco?- dije.

― Humm… ¿Qué os parece “Galleta Voladora”? A todo el mundo le gustan las galletas…-, propuso la bruja.

― Claro, y así cuando atraquemos en un puerto dirán: “¡Mira! ¡Ahí vienen los piratas de la Galleta Voladora! ¡Vamos a recibirles con un vaso de leche calent…” ¡Au!

Escarlata me había propinado un coscorrón por reírme de su idea.

― Ya que nuestra bandera lleva los ojos verdes, ¿por qué no “Midori mitsumeru”? En un dialecto de mi isla quiere decir “verde mirada”-, propuse.

― Es que sería un poco monotemático todo, ¿no?

― ¿Y “Foam’s Wings”?-, dijo Aëstin.

― ¿Qué significa?-, preguntó la bruja.

― En la lengua de los alados quiere decir “Alas de espuma”.

― Zippo, zippo zippo… ¡zippo!

― Zippo dice que tal y como lo ve él, el barco es un medio que utilizamos para cumplir nuestros sueños, por lo que debería ser algo así como “Alas de ensueño”.

― DreamWings… -, tradujo Aëstin instintivamente.

Sencillamente, nos encantó a todos, así que fue aceptado por unanimidad.

Después de la reunión, fui a casa de Yonhas a avisarle de que ya habíamos decido la bandera y el nombre, y esta noche será la presentación oficial de ambas cosas en la taberna (cómo no). Empiezo a pensar que la vida del pirata se basa en beber y holgazanear todo el día…